lunes, 27 de abril de 2009

CONCIERTO-EXPOSICIÓN






Un nuevo concepto estético para el campo concertístico
de la música clásica en Huelva


Los impulsores en Huelva de la música llamada clásica cada vez se esfuerzan más en incorporar al diseño tradicional del concierto nuevas perspectivas que aumenten la atrac-ción hacia este modelo de música. Una muestra palpable la hemos tenido en un concier-to reciente ofrecido por el Conservatorio Profesional de Música de Huelva. Su Grupo de Saxofones, bajo la dirección del profesor Juan Manuel Arrazola, nos ofreció en la tarde del 21 un concierto magnífico, que, una vez más, pone de manifiesto el buen hacer de la plantilla de vientos del conservatorio onubense. El encuentro tuvo lugar en la sala de conciertos de la institución y reunió a dos saxos sopranos, ocho altos, seis tenores, tres barítonos y un bajo, todos ellos sostenidos por alumnos y alumnas del conservatorio, con la colaboración de algunos profesores, como Tomás Díaz (al saxo soprano), Santos Forero (barítono) y Damián Fernández (al bajo).
El programa ofreció un sugerente aperitivo, como es Júpiter, extraído de Los Planetas de Gustav Holst (1874-1934), que dio paso al plato fuerte de la jornada: Cuadros de una exposición, obra suficientemente divulgada, compuesta como suite para piano solo en 1874 por Moussorgsky (1839-1881) e inspirada en una exposición de pinturas que con carácter póstumo se hizo en honor de su amigo el pintor Viktor Harttman; más tarde fue orquestada por Ravel en su versión más conocida. La partitura ofrecida en esta tarde fue la adaptación realizada por el norteamericano Gold Smyth para instrumentos de viento.
Hasta aquí todo puede indicar que hablamos de un concierto convencional. Pero no es así. No se trató de un concierto para nada convencional, de los que se escuchan con atención, con la vista atenta al concertino y a las evoluciones de la dirección. Fue aún más; se trató de una interpretación para ver y escuchar: un concierto-exposición, acerta-damente ejecutado en cuanto a tiempo y a dinámica. Una cuidada y detallada realización de fusión entre imagen y sonido, que crea un verdadero espectáculo audiovisual ajusta-do a la estética más moderna: la exposición simultánea de sonidos e imágenes en una comunión ininterrumpida. Para Huelva, hasta donde yo sé, es una novedosa y feliz iniciativa en el ámbito de la música clásica. Los que se dan cita cada mediados de febrero en la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid, saben que es una estética nueva que arranca de unos años atrás y que cada vez se introduce más en el mundo de las artes plásticas, desde las obras que se producen en la actualidad en esa megafábrica cultural que es Berlin, hasta los focos de cultura de la lejana China. Por eso me refiero a la novedad, a la feliz novedad para Huelva, aunque no lo sea tanto en otros extremos culturales.
Pero lo verdaderamente original y magnífico es la idea de cambiar los papeles al presu-puesto primitivo que inspiró a Mussorgsky la escritura de sus Cuadros. Arrazola lo explicó en los momentos previos a su ejecución: si Mussorgsky, un compositor del siglo XIX, basó su partitura en las impresiones que le produjo la contemplación de los cuadros en la exposición-homenaje a su amigo Harttman, ahora se produce el proceso inverso. Un pintor del siglo XXI plasma en el papel las emociones que le produce la audición de las distintas partes de la obra musical. De esta forma se establece un puente comparativo y de bella plasticidad entre ambos siglos y entre dos artistas adscritos a estéticas muy diferentes, pero hermanados a través de la música de Mussorgsky. Para llevar a cabo esta idea Arrazola ha tenido que contar con otro joven artista de la tierra, de Villablanca para más señas: Manuel Antonio Domínguez, formado en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, en la Escuela de Arte de Palermo, en la Universidad Politécnica de Valencia y, en la actualidad, realiza un master en producción de obra artística en la Universidad del País Vasco. El trabajo pictórico para la interpretación de estos Cuadros está realizado en acuarelas y collage, con soltura, y un trazo seguro y elegante en los dibujos sobre los que planea la sombra de antecedentes artísticos como Magritte (en el diálogo entre el judío pobre y el rico en el ghetto de Varsovia) o el Paul Klee de sus estudios maquinistas (en los Promenades o nexos de unión entre pieza y pieza). Planea también la nube oscura de cierto pesimismo, comprensible si analizamos la juventud del autor, por un lado; y por otro, la crisis galopante que infecta al sistema que nos rodea: aparece el rojo de la sangre en casi todas las secuencias, pero donde más llama la atención es en el cascarón del huevo roto caído desde el espacio, que en vez de contener clara y yema, contiene sangre (Baile de los polluelos); o en el chorro de agua roja que emana de la fuente manipulada por un niño. También hay lugar para el optimismo, co-mo se refleja en las alegres chanzas del Mercado de Limoges.
El propio autor nos explica el proceso de gestación de sus dibujos para esta exposición: "El proceso de creación de las imágenes que ilustran este concierto radica en la observación de El Rastro, un lugar que para los surrealistas era considerado como el inconsciente de la ciudad. La música de Moussorgsky me ha llevado a la locura que se produce en el momento de la recogida de sus tenderetes; ahí ha estado mi inspiración".
Pero la obra creada por Manuel Antonio Domínguez para este concierto era estática. El movimiento y la sincronía entre la obra pictórica y la musical lo puso Miguel Fermä con la realización de un excelente montaje en video. El resultado para nosotros, los que acudimos al concierto, fue una velada espléndida que refrescó los sentidos de la vista y el oído, todo a un tiempo. Los acordes majestuosos de la Gran Puerta de Kiev, que, dicho sea de paso, jamás llegó a edificarse de acuerdo al diseño Harttman, diluyeron en el espacio las últimas imágenes y los sonidos postreros de este singular concierto-exposición.


Manuel Flores Osuna